¡Dichosos vosotros!

¡Dichosos vosotros!

DOMINGO, 29 DE FEBRERO Cuarto del Tiempo Ordinario

Sofonías 2, 3; 3,12-13.
Buscad al Señor los humildes de la tierra, los que practican su derecho; buscad la justicia, buscad la humildad, quizá podáis resguardaros el día de la ira del Señor.
Dejaré en ti un resto, un pueblo humilde y pobre que buscará refugio en el nombre del Señor. El resto de Israel no hará más el mal, no mentirá ni habrá engaño en su boca. Pastarán y descansarán, y no habrá quien los inquiete.

Salmo 145.
BIENAVENTURADOS LOS POBRES EN EL ESPÍRITU,
PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LOS CIELOS.
 
El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente,
hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos.
 
El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.
El Señor guarda a los peregrinos.
 
Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad.

1 Corintios 1, 26-31.
Fijaos en vuestra asamblea, hermanos: no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; sino que, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo poderoso. .
Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor.
A él se debe que vosotros estéis en Cristo Jesús, el cual se ha hecho para nosotros sabiduría de parte de Dios, justicia, santificación y redención.
Y así, -como está escrito-: «el que se gloríe, que se gloríe en el Señor».

Mateo 5, 1-12a.
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».

Dichosos vosotros
«Sabiendo Jesús que los hombres estaban cansados y que habían perdido toda fe en que la lucha por mejorar el mundo tuviera un sentido, y que los eclesiásticos proponían la experiencia de la belleza como único camino para llevar las gentes hasta el Dios perdido, subió a la montaña, donde se había congregado una gran multitud, y les enseñaba diciendo:
Preciosos los que optan por los pobres, porque transparentan el proyecto de Dios para este mundo.
Preciosos los no violentos porque, a la larga, salvarán la belleza de la tierra.
Preciosos los que se afligen por el estado de este mundo, en lugar de cerrar los ojos a él.
Hermosos como pocos los que tienen hambre y sed de justicia porque, al buscarla, se saciarán de una belleza escondida, superior a toda la belleza creada.
Bellísimos los misericordiosos porque están alcanzando la belleza misma de Dios.
Espléndidos los limpios de corazón porque encontrarán a Dios sin necesidad de buscarlo a su pequeña medida.
Maravillosos los hacedores de paz, porque llevarán la impronta admirable de su Padre Dios, aún más que la naturaleza.
Resplandecientes, absolutamente resplandecientes, los que padecen persecución por la justicia, porque os aseguro que ni el genio de Mozart, ni la paleta de Velázquez, ni Salomón en toda su gloria, han logrado revestir lo humano de acordes y esplendores tan brillantes.
Por eso os digo simplemente: Contempladlos y quedaréis radiantes, y entonces me hallaréis a Mí, aunque no lo sepáis.”
Cuando Jesús acabó de hablar, las gentes se maravillaban porque no hablaba como los canonistas ni como los profesores de teología».
JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ FAUS

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