La Palabra. Domingo 30 Enero 2013

La Palabra. Domingo 30 Enero 2013

La Sagrada Familia

Ciclo C – 30 de Diciembre de 2012

 

Eclesiástico 3, 2-6. 12-14

Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre su prole.

El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos y, cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor lo escucha.

Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas; aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras vivas.

La limosna del padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados.

 

Sal 127, 1-2. 3. 4-5

R. Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos.

Dichoso el que teme al Señor
y siguen sus caminos.
Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien. R.

Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa. R.

Ésta es la bendición del hombre
que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida. R.

 

Colosenses 3, 12-21

Hermanos:

Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión.

Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro.

El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.

Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada.

Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo.

Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente.

Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.

Y, todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.

Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor.

Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.

 

Lucas 2, 41-52

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.

Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.

Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca.

A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.

Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:

– «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.»

Él les contestó:

– « ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?»

Pero ellos no comprendieron lo que quería decir.

Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad.

Su madre conservaba todo esto en su corazón.

Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres.

 

El núcleo de la Vida

por Víctor Chacón Huertas, CSsR.
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– Un regalo importantísimo. Eso parece decirnos el libro del Eclesiástico. La familia es un regalazo que, además de estructurar la sociedad configura a las personas. Todos los estudios modernos que vamos conociendo de psicólogos y pedagogos van en esa línea. Hasta los 7 años más o menos, nuestro cerebro es poroso, aprende y recibe con fluidez cualquier estímulo. Y las primeras piedras de esa estructura básica se ponen –por muy buena que sea la escuela- en casa, en familia. Hasta el mismo hecho de la predisposición a confiar, creer, amar… van a depender mucho de lo recibido y sentido en los primeros meses de vida. ¡Fijaos si es importante la familia! Marcará para siempre nuestra vida, allí aprenderemos a sentir, a hablar, a escuchar… y no me cabe la menor duda: ¡Cada padre-madre hace lo mejor por su hijo! Y tampoco me cabe la menor duda: ¡cada padre y madre se equivocan a veces! (también los hijos, dicho sea de paso). Pero la lectura insiste: respeta a tus padres aunque chocheen, ellos merecen todo tu respeto. Recuerda lo que hicieron por ti, y piensa que no sabes todo lo que realmente han hecho por ti. Las palabras calladas, las lágrimas ahogadas, las preocupaciones creadas. Da gracias a Dios por ellos.

– Una tarea ardua. Además de regalo, siguiendo con una sana teología, hemos de reconocer que en la familia hay también una tarea: la educación, el crecer juntos. Y esa noble tarea se desempeña acrisolada por un (el) mandato: amaos como yo os he amado. Esa frase tan bonita que decimos a los de fuera, se nos vuelve más difícil cuando la tratamos de aplicar a los de más cerca, a los de cada día. Es normal. El roce, además del cariño, a veces hace ampollas. La convivencia desgasta, porque antes o después a todos nos aflora ese ser egoísta y comodón que llevamos dentro, que sólo busca tener razón, ser amado (más que amar) y ser entendido (más que entender). Ahí es donde Pablo entra con todo su despliegue dialéctico y nos dice cual ha de ser nuestro uniforme, aquello de lo que hemos de revestirnos: “misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente (yo a ti y tú a mí) y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado, haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo, esté el amor”. Amén.

– Al servicio de Dios. La escena del evangelio de Lucas, Jesús con sus padres en Jerusalén y luego Jesús por su cuenta en el templo, no nos llama a una desobediencia gratuita y deliberada –aunque a algunos les haga ilusión esto- se trata más bien de ver cómo nuestros padres no tienen la última palabra, nosotros tampoco, sino que la familia se concibe al servicio de Dios, de sus planes. De su voluntad. Cuenta no lo que yo quiero ni lo que quieres tú, sino lo que quiere Dios. Al menos así en una familia cristiana. Juntos hemos de orar, y buscar su voluntad. No somos familias que viven encerradas ni plegadas a sus intereses o necesidades y gustos; sino que vivimos en una sociedad y ahí donde esté la familia cristiana ha de ser sal y luz. Entendamos bien esto, para los creyentes, el sentido de familia se dilata aún más: todos los demás creyentes son hermanos, y los que no lo son aún, sencillamente no saben que lo son,  no se han descubierto como hijos de Dios ni como hermanos nuestros pero no por ello hemos de dejar de tratarlos con amor.

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