Orar ante el icono de la Trinidad (y III)

Dios en éxodo y misión

El camino de la libertad pasa por la liberación de todos nuestros amarres y lastres… esa liberación acontece en el desierto, a solas con Dios, el Dios de lo grande y esforzado… En este icono vemos a Dios que sale en éxodo buscando la libertad del hombre… camina con él, le acompaña y le da el alimento… pero también le exige fidelidad porque Él es fiel a la tarea…

Los bastones de las tres figuras son señal de que vienen como mensajeros de la Buena noticia… en otros iconos se habla de la noticia del nacimiento de Isaac… aquí el iconógrafo nos habla del Hijo que ha nacido, que se nos dado, que se ha encarnado y que será guía y pastor de Israel dando su vida por el Pueblo. (Is 9, 1-6 y Lc 2, 10-11).

Los tres están en Misión. Esta Misión la realiza el Hijo con el amor del Padre y el estilo del Espíritu… la Misión de la Iglesia sólo es llevar las buenas noticias del amor de Dios al hombre, a todos los rincones de la tierra.

– ¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu vida, tu modo de ser con nosotros! Tengo ganas de mostrarte mi agradecimiento… querría tomar un instrumento y bendecirte… Tu vivir no es una aventura, ni un juego… No te vienes con nosotros de turismo, sino a vivir con gozo la experiencia humana, a meterte en nuestras chabolas, las chozas del pobre amor, de las infidelidades y mentiras, de los malos ambientes de odio y desprecio…los abandonos, pero también a disfrutar con los sencillos y humildes, con las riquezas del corazón de los pobres buenos y el amor fiel de los esforzados. Con todos vas a morar… Veo cómo en esa mirada tan plural lo acoges todo con esperanza. Lo tuyo es la vida fiel y comprometida hasta la muerte. Ahí veo el cáliz de la Pasión y del compromiso generoso y resucitador…
Y no vienes por una temporada… Te vas a quedar encarnado en nuestras personas, te vas a hacer presente a todos a lo largo de los siglos en nuestro amor y servicio, si te seguimos. Vas a contar con nosotros para esa Misión de salvación que nace de tu corazón de Dios… Nos la confiarás y nos darás también tu Espíritu como luz y sendero… Esto es maravilloso y me inunda la alegría… Gracias…

Cuando comulgas con Jesús en la eucaristía, estás en comunión con el misterio del Dios misionero, estás renovando tu compromiso con el proyecto de Dios para dar comunión divina al hombre desunido y roto. Te sientas en la misma mesa de Dios, la que intuyes en el icono, en la que ha sido trazado el proyecto divino de salvación, y bebes del mismo cáliz de Dios… ves el rostro de Jesús en esa copa santa llena de vida y te sale de dentro la oración de Jesús:

– “Santificado sea tu proyecto, Señor, vamos a realizar juntos tu voluntad, para que venga tu Reinado de paz interior y de comunión en tu amor… Bendito seas, Dios mío, ¿cómo no voy a desear levantar la copa santa de tu Hijo y brindar por Ti, Padre de la vida? Deseo beber de esa copa, como invitó Jesús a sus discípulos cuando le pedían puestos de poder, esa copa que es servicio humilde, como en la última cena… Deseo ser servidor de tu causa… (Mc 10,35-45 y 14, 22-25).

Si dentro de ti mismo, con tu poder de fe, estuvieras en comunión de plegaria y de bendición con otros que oran como tu ante este icono, para ser comunidad misionera, todo tu espíritu se llenaría del mismo gozo que tenía Jesús al sembrar la palabra después de orar.

Si te introduces en este icono, a solas, podrás vislumbrar nítidamente el sereno optimismo divino, el sentido positivo ante toda realidad, aunque sea negativa o de pecado. ¿No descubres que tú tienes siempre una puerta abierta porque Dios busca caminos de llegada, que siempre tiene paciencia, y te espera con atención para hacer una fiesta cuando llegues, para llenarte de su amor, el mismo amor que puso cuando te creó para que fuera feliz? Si captaras estas fibras de Dios Total, brotaría en ti un amor incansable y optimista; te llenarías de paciencia contigo y con otros y verías posibilidades de recuperación en todo sin condenar a nadie, ni abandonar la tarea de hacer feliz al hombre, porque esto mismo es la causa de Dios, el objetivo de todo su quehacer. “El amor es paciente, es servicial, no es altivo ni soberbio, es educado, no se irrita ni lleva cuentas del mal, todo lo excusa, todo lo espera y todo lo aguanta“. (1Cor 13, 4ss). Y así fue Jesús que desde la cruz supo excusar a los que le estaban matando (Lc 23, 34). ¿No te da envidia sana? San Clemente, misionero redentorista estaba comprometido con los pobres huérfanos y buscaba alimento para ellos. El mismo pedía limosna por la ciudad, y entrando en una taberna se dirigió a un grupo de hombres pidiéndoles ayuda. Uno de ellos le escupió en la cara. Clemente, sin perder la calma, sacó un pañuelo, se limpió el rostro, y con una sonrisa amable dijo al que le había escupido: “Esto para mí, pero ¿qué puedes darme para mis huérfanos, para que coman hoy?”. Aquella paciencia y amor de Clemente hizo que aquel hombre se convirtiera en un gran colaborador de su causa.

Si te juntaras con otros para contemplar este icono y orar, os cautivaría el sentido de comunión, de escucha y respeto a la palabra y colaboración, y en definitiva el espíritu evangelizador por medio de un amor gratuito. Nada ni nadie sobra en este icono; no existe el absentismo, ni la indiferencia, sino que todo es pura implicación.

¡Qué dichoso te sientes al notar que estás dentro de este misterio salvador! Te gustaría participar en tu Iglesia sin rivalidad, en lo que sea, (Mt 20, 24ss), y sólo, porque amas al Maestro Jesús y a los hombres para que encuentren la felicidad.

Pero más que nada, si ante este icono callas sorprendido, te va a invadir el espíritu de adoración ante las propuestas de Dios y la decisión de dar todo para la causa del hombre, y ante la forma tan sorprendente de realizarlas. Y nunca tendrás prisa en la tarea, pero no perderás el tiempo. Tendrás serenidad para tomar decisiones, y buscarás tiempo para orar, y silencio para leer la Palabra y aprender. Se te dará paz interior para acometer la acción evangélica y paciencia para superar las dificultades. “El Espíritu os guiará a la verdad total” (Jn 16,13).

– Dios mío querido, grande y solemne, quiero reconocer y proclamar tu amor a mí… humildemente soy consciente de lo que significo para ti, Dios mío. Siendo tan extraordinario, qué sorpresa me llevo al verte tan humilde cerca de nosotros, humanizado… qué sudoroso y sencillo te veo junto a mí para que juntos demos la alegría a los hombres. Cuando veo que he perdido las fuerzas de vivir, sólo puedo clamarte agradecido que seas misericordioso conmigo, que me des un espíritu nuevo de humildad y de amor para ponerme a tu servicio… dame también el arte de poder mostrar a otros cómo eres con tus hijos, cómo los llenas de tu gracia y cómo te sientas a la mesa con ellos porque son hijos tuyos…