Un solo cuerpo: atentos a las heridas del mundo

Un solo cuerpo: atentos a las heridas del mundo

Introducción

El XXV Capitulo General ha tenido lugar en Pattaya (Tailandia) y ha concluido a finales de noviembre de 2016. Al comienzo del Mensaje del Capítulo a la Congregación leemos estas palabras: “no tenemos derecho a proclamar a Jesús como nuestro Dios y Señor si no tocamos sus heridas”. La cita está tomada de una de las conferencias que ofreció el Cardenal Luis Antonio Tagle, Arzobispo de Manila, durante el retiro espiritual predicado al inicio del Capítulo.

El Mensaje del Capítulo está dividido en ocho secciones, cada una de ellas con su propio título. El Centro de Espiritualidad Redentorista propone que dichos títulos se conviertan en los temas para la edición 2017 de UN SÓLO CUERPO. La primera sección del Mensaje se titula: Atentos a las heridas del mundo.

Solidarios con un mundo herido

Un observador cuidadoso del mundo de hoy puede percatarse fácilmente de que, además de experimentar el tremendo progreso y avance de la tecnología, este mundo también está experimentando sufrimiento y dolor. Las heridas del mundo se pueden notar en diversas áreas: la política, la familia, la vida de las personas solas, el ecosistema… e incluso la misma Iglesia no está esenta de estas heridas.

Como misioneros, estamos invitados a responder al grito del mundo herido, partiendo de nuestra solidaridad con ese grito. Esta afirmación es muy estimulante, y al mismo tiempo ¡muy arriesgada! Para ser solidarios con el mundo sufriente, debemos evitar cualquier tipo de imaginación idílica que nos pueda llevar a conclusiones que serían irrealistas y patéticas. ¡Cuantas veces las grandes ideas terminan en ilusiones que, en lugar de ser fuente de inspiración, se convierten en trágicas desilusiones! La solidaridad debe ser real y tangible.

¿Cuántos de nosotros, cohermanos o laicos asociados, se sienten heridos por las dificultades que han tenido que afrontar, o simplemente por la insatisfacción y la conciencia de la propia pobreza? ¿Cómo pueden curarse estas heridas? ¿Es posible hacerlo? ¿Quién puede hacerlo?

En el capítulo 20 del Evangelio de Juan podemos leer la historia de Tomás, quien se curó de su incredulidad gracias a una terapía de choque: el Señor le hizo tocar sus propias heridas, causadas por la tortura de la cruciflixión. Seguramente no fue una terapia muy placentera, pero sí termina con una de las más hermosas confesiones que nos ofrece la Biblia: Señor mío y Dios mío.

¿Habria estado Tomás en condiciones de realizar tal confesión si no hubiera tocado las heridas del Señor? No lo sabemos. Pero en nuestra mente se atisba la convicción de que fue precisamente por haber tocado las heridas del Señor Resucitado, lo que ha hecho que Tomás se volviera creyente.

Hoy, el Señor está presente en todos los lugares y  personas que están heridas. Sólo si nosotros lo reconocemos allí presente, estaremos preparados para comprender la profundidad de aquel misterio: tocamos las llagas de Jesús en aquellos que sufren hoy. Y entonces será verdad que, de esta forma, encontraremos la curación de nuestras propias heridas (cf. 1 Pe 2, 24).

No existen ‘soluciones rápidas’ para el mundo herido. Algunas veces tenemos la tentación de aplicar nuestros métodos y nuestros medios a una realidad que no podemos curar. Antes de nada, debemos desarrollar una actitud de escucha atenta, sin interrupción. Nuestro primer compromiso es escuchar a Dios. Él es quien nos habla, y quien cura las heridas. Él nos puede ‘convertir’ en sus instrumentos para llevar curación a los que la necesitan, pero es Él quien cura. Habla a los corazones de aquellos que sufren y de aquellos a los que cura.

Escuchemos a nuestros conhermanos de comunidad, que son nuestros compañeros de viaje. En nosotros está la voluntad de tratar de llegar a las personas que están lejos, pero muy a menudo nos olvidamos de aquellos que quizás viven en nuestras comunidades y están heridos.

Escuchemos a los más abandonados, especialmente a los pobres a los que somos enviados. Tratemos de ser desafiados y curados por ellos. Tratemos de llevarles ayuda y consuelo, escuchando atentamente su historia. La mayor parte de las veces no podremos cambiar su vida desde el punto de vista material, pero a lo mejor con la escucha les restituimos algo que les curará, poniendo en valor su dignidad (Cf. Cons. 43).

Muchas veces hemos escuchado a nuestros misioneros o a otras personas de la Iglesia que no es fácil proclamar el Evangelio de Jesús. Si escucháramos las historias de nuestros misioneros ancianos y leyéramos las vidas de nuestros Santos y Beatos (en este mes, las de San Juan Neumann y el Beato Pedro Donders), nos daremos cuenta que nunca ha sido fácil predicar la Buena Noticia de Jesucristo.

Las personas heridas viven en nuestro mundo tal cual es, con sus luces y sun sombras. Podemos elegir entre pasar toda nuestra vida despreciando o criticando al mundo secularizado de hoy, o podemos acoger el reto y comenzar a sembrar las semillas de la Buena Noticia en este mundo aparentemente “malo”. Si pensamos que nosotros podemos llevar la salvación al mundo, fallaremos siempre, pero en cuanto dejemos que Jesús actúe a través de nosotros, la cosa comenzará a cambiar  (cf. Cons 51).

¡Qué importante es que todas nuestras reflexiones teológicas, en particular aquellas que tienen que ver con la teología moral, estén abiertas a un diálogo con este mundo en el que vivimos! Puede no ser fácil dar una solución inmediata a muchas de las preguntas éticas y morales, pero nuestra gente quizás espera de nosotros solamente ésto: que podamos darles una dirección, un apoyo, una ayuda en sus luchas, no sólo con nuestras predicaciones, sino involucrándonos en sus vidas (cf. Cons. 19; 023-024).

La Palabra de Dios

Volvamos al pasaje del Evangelio de Juan (20, 24-29). Es una historia muy commovedora y, como hemos visto, Tomás pasa de incrédulo a creyente. Y se convierte en creyente por Jesús lo ha transformado, permitiéndole tocar sus heridas. Como se ha dicho ya, el fragmento termina con una de las más hermosas confesiones de fe jamás realizadas: Señor mío y Dios mío.

¿Qué nos dice este texto, tanto a nivel personal como comunitario? ¿Pensamos, quizás, que como Redentoristas, necesitamos una experiencia como la de Tomás, es decir, la experiencia de todas las verdaderas llagas de Jesús? En caso de que así sea, ¿cuál es la forma realista de hacerlo en nuestra vida?

Bebiendo de nuestras fuentes 

En el último mes hemos recordado a dos de nuestros cohermanos: Juan N. Neumann y Pedro Dondres, que, con el testimonio de su vida, han llegado a ser ejemplos de como estar unidos a las heridas de Cristo en las personas que tenemos cerca. Han dado testimonio de forma diferente y en culturas completamente diversas, a pesar de pertenecer al mismo periodo histórico.

No obstante, ambos compartían una característica común: ambos han querido dar su vida a Dios de una forma tranquila y ordinaria. A lo mejor éste es el secreto de su “éxito”: el haber sido capaces de estar atentos a las heridas del mundo. Han dejado que Jesús obrase a través de su vida, permitiéndole que les hiciera instrumentos de su compasión. Escuchemos una breve descripción de su vida y su espiritualidad.

El primer fragmento está tomado del decreto sobre las virtudes de San Juan N. Neumann, proclamado por el Papa Benedicto XV: “Los méritos de un hombre activo se miden no tanto por el número de hechos realizados, cuanto por su minuciosidad y estabilidad. Porque la verdadera actividad no consiste en mero ruido; no es flor de un día, sino que se desarrolla en el presente, es el fruto del pasado y debe ser la buena semilla del futuro. ¿No son éstas las características que destacan en la actividad del Venerable Neumann? Teniendo todo esto en mente, ninguno dudará acerca del hecho de que la simplicidad de la obra desarrollada por nuestro Venerable Siervo de Dios no fue impedimento para convertirse en un maravilloso ejemplo de actividad”.

El segundo, acerca del Beato Pedro Donders, es una breve descripción de su vida ofrecida por el P.  Fabriciano Ferrero CSsR: “Sin embargo, nuestro Beato Pedro no es una persona extravagante. Pertenece, de hecho, a los misioneros sencillos y pacíficos que, con sus virtudes heróicas y sus humanas limitaciones, han ido a construir la comunidad cristiana en América Latina. El suyo no es un papel especial que impresiona hoy, sino que destaca como un auténtico representante de tantos hombres y mujeres que dieron lo mejor de sí mismos para edificar la Iglesia de Dios en las “periferias del catolicismo”. Su biografía es una auténtica tortura para quien desea continuar la línea clásica de escribir la historia, porque es difícil encontrar algo extraordinario en su personalidad y en su trabajo humilde. [Se escondía] en el anonimato de una colonia, junto a otros, construyendo comunidades cristianas a partir de una fidelidad simple y radical al Evangelio, en la vida cotidiana en los remansos del mundo, de la sociedad y de la Iglesia. Figuras como la de Donders merecen poca atención. En ellos, lo que es extraordinario radica en la perfección y heroicidad de la vida ordinaria, en la perfección de hacer todo bien.

Teniendo en mente el “testimonio silencioso” de nuestros cohermanos, confiamos nuestra vida y nuestra vocación misionera a María, la Madre de Jesús. Ella ha vivido una vida tranquila, y precisamente por ello ha podido reflexionar y meditar sobre la acción de Dios en su vida. Sobretodo, estaba atenta a las necesidades de los otros, pidiendo a su Hijo que ayudara a los que tenían necesidad: ¡Haced lo que él os diga!

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UN SOLO CUERPO es un texto de oración mensual propuesto por el Centro de Espiritualidad Redentorista. Para más información:

Piotr Chyla CSsR (Director del Centro de Espiritualidad,

Roma) – fr.chyla@gmail.com