Sma. Trinidad

Sma. Trinidad

Lectura del libro del Exodo.
En aquellos días, Moisés subió de madrugada al monte Sinaí, llevando en la mano las dos tablas de piedra como le había mandado el Señor. El Señor descendió en una nube y se le hizo presente. Moisés pronunció entonces el nombre del Señor, y el Señor pasando delante de él, proclamó: ”Yo soy el Señor. El Señor Dios, compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel.”
Al instante Moisés se postró en tierra y lo adoró diciendo: “Si de veras he hallado gracia ante tus ojos, dígnate venir ahora con nosotros, aunque este pueblo sea de cabeza dura; perdona nuestras iniquidades y pecados, y tómanos como cosa tuya”.

Salmo

R. Bendito seas Señor para siempre.
L.
Bendito seas Señor, Dios de nuestros padres. Bendito sea tu nombre   santo y glorioso. /R.
L. Bendito seas en el templo santo y glorioso. Bendito seas en el trono de tu reino. /R.
L. Bendito eres Tú, Señor, que penetras con tu mirada los abismos y te sientas en un trono rodeado de querubines. Bendito seas, Señor, en la bóveda del cielo. /R.

Lectura de la Segunda Carta del apóstol San Pablo a los Corintios

Hermanos: Estén alegres, trabajen para su perfección, anímense mutuamente, vivan en paz y armonía. Y el Dios del amor y de la paz estará con ustedes. Salúdense los unos a los otros con el saludo de la paz.  Los saludan todos los fieles.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con vosotros.

Lectura del santo Evangelio según san Juan

“Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envío a su Hijo para condenar al mundo, sino para qué el mundo se salvara por Él. El que cree en Él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios”. 

 

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El amor que no se gasta

 

Después de la venida del Espíritu, recordamos siempre que Dios no es un Dios huraño y solitario, sino todo lo contrario: Dios es familia, es comunidad. Celebramos que tenemos un Dios sociable, tan sociable como para hablarnos de cerca, en nuestra tierra y en nuestro propio dialecto, sintiendo lo que sentimos, viviendo, gozando y sufriendo como uno más de nosotros. Celebramos que Dios no es ajeno a la humanidad, celebramos que nosotros también formamos parte de Su selecta familia, y Él de la nuestra, ¿verdad?

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El Dios que nos quiere con locura, es también aquel que merece el mayor de nuestros respetos. Nosotros como Moisés, nos acercamos a él con temor reverencial y le decimos: “Si he obtenido tu favor –si te soy grato- que mi Señor vaya con nosotros… perdónanos y tómanos como tu herencia, pues tuyos somos”. Es el don del temor de Dios, don del Espíritu, el que guía a Moisés. No es miedo, no es imagen de un Dios perverso o vengativo, al contrario; es tal la admiración, el cariño y la cercanía que sentimos a este Dios “misericordioso y fiel” que nos llenamos de sano pudor, de respeto divino, sabemos que no estamos a su altura y por eso toda oración auténtica comienza invocando su misericordia, su perdón, reconociendo nuestra inadecuación e incapacidad. Ante Dios solo podemos ser humildes y abandonarnos confiadamente a su amor. No actuamos en la fe de un modo chabacano, ni de “colegueo”, Dios merece todo nuestro respeto y todo nuestro amor. El silencio, la contemplación, la adoración deben tener hueco en nuestra vida de fe. Por eso admiramos y tratamos de aprender de los contemplativos, que se convierten en la Iglesia en maestros de vida creyente.

“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno… no para juzgar sino para salvar”. Tanto amó Dios… Hoy se usa mucho la palabra amor, quizás demasiado, la tenemos un poco gastada. Y, lo que es peor, nos hemos acostumbrado en nuestra sociedad mercantil, a que el amor también tiene fecha de caducidad… y no sé si alguno anda buscando la garantía y el derecho de devolución. El amor de Dios no caduca, no se gasta, no tiene condiciones… más que la propia aceptación, esto ya transforma la propia realidad y hace que todo se vea con ojos diferentes. Con los ojos del amor, con los ojos de Dios, que son los que no juzgan ni condenan porque sólo piensan en salvar, en llevar a plenitud, en sacar lo mejor de cada uno. Ojalá purifiquemos nuestro amor al estilo de Dios, dejemos de poner caducidades y veamos pacíficamente el lado que sólo Dios ve, en cada una de sus criaturas a las que ama, y por las que dio su Vida. [/box]

Víctor Chacón Huertas, CSsR