Alegrarse con Dios

Alegrarse con Dios

Lectura del libro del profeta Isaías.
El Espíritu del Señor está sobre mi porque me ha ungido y me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres, a curar a los de corazón quebrantado, a proclamar el perdón a los cautivos, la libertad a los prisioneros y a pregonar el año de gracia del Señor. Me alegro en el Señor con toda el alma y me lleno de júbilo en mi Dios, porque me revistió con vestiduras de salvación y me cubrió con un manto de justicia como el novio que se pone la corona, como la novia que se adorna con sus joyas. Así como la tierra echa sus brotes y el jardín hace germinar lo sembrado en é1, así el Señor hará brotar la justicia y la alabanza ante todas las naciones.

Salmo responsorial (Lc 1, 46)

R. Mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador.
L. Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi Salvador, porque puso los ojos en la humildad de su esclava. /R.
L. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque ha hecho en mí grandes  cosas el que todo lo puede. Santo es su nombre y su misericordia llega, de generación en generación a los que lo temen. /R.
L.A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despidió sin nada. Acordándose de su misericordia, vino en ayuda de Israel su siervo. /R.

2ª Lectura (1Te 5, 16-24)

Lectura de la Primera Carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses

Hermanos: Vivan siempre alegres, oren sin cesar, den gracias en toda ocasión, pues esto es lo que Dios quiere de ustedes en Cristo Jesús. No impidan la acción del Espíritu Santo, ni desprecien el don de profecía: pero sométanlo todo a prueba y quédense con lo bueno. Absténganse de toda clase de mal. Que el Dios de la paz los santifique a ustedes en todo y que todo su ser, espíritu, alma y cuerpo, se conserve irreprochable hasta la llegada de nuestro Señor Jesucristo. El que los ha llamado es fiel y cumplirá su promesa.

Evangelio (Jn 1, 6-8.19-28)

Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Este vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. El no era la luz, sino testigo de la luz. Este es el testimonio que dio Juan el Bautista cuando los judíos enviaron desde Jerusalén a unos sacerdotes y levitas para preguntarle: “¿Quién eres tú?” El reconoció y no negó quién era. E1 afirmó: “Yo no soy el Mesías”. De nuevo le preguntaron: “¿Quién eres, pues? ¿Eres Elías?” El les respondió: “No lo soy”. “¿Eres el profeta?” Respondió: “No”. Le dijeron: “Entonces dinos quién eres, para poder llevar una respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?” Juan les contestó: “Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘Enderecen el camino del Señor’, como anunció el profeta Isaías”. Los enviados, que pertenecían a la secta de los fariseos, le preguntaron: “Entonces ¿por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el profeta?” Juan les respondió: “Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen, alguien que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias”. Esto sucedió en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan bautizaba.

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Alegrarse con Dios

1. “Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios”. Son las palabras que abren el tercer domingo de Adviento. Profecía de Isaías. Palabras que invitan a pensar. ¿Qué cosas me hacen estar alegre en mi vida ordinaria? ¿Qué alegrías tengo? Una visita inesperada, un regalo, una sonrisa, un gesto amable de alguien… Si nos paramos a pensar hay muchos, muchísimos motivos para alegrarnos. Sin embargo en muchas personas retumba más el eco del mal, de la tristeza, de lo que llega como mala noticia. Isaías deja claro que vivir esta alegría es para él algo esencial, y algo que le viene de su unión con Dios, “él me ha ungido”, ha puesto en mí su alegría, para que yo alegre -a mí vez- la vida de los demás. ¿Lo hacemos? ¿Somos causa de alegría en los que nos rodean? Si no…algo falla. No hablo de ser graciosos o provocar risa, sino ALEGRAR la vida a otros. Esto fue lo que experimentó María y lo que le hizo cantar al Señor y agradecerle sus dones. Es la unción de Dios, la bautismal, (aunque también la de la Confirmación y el sacerdocio, incluso la recibida en cada confesión, cada Eucaristía y cada momento de oración) estas unciones nos renuevan, nos Alegran, nos cambian la vida, nos envían a alegrar el mundo y a alegrarnos con Dios.

2. “Estad siempre alegres. Orad. No apaguéis el espíritu. Examinadlo todo y quedaos con lo bueno. Guardaos de la maldad”. Sensacionales consejos de Pablo a los Tesalonicenses. Vivamos esa alegría d6a014e6089cbd5970c017d41c9f4e0970c-800wie ser creyentes. Alegría que nos une en buscar el bien, y huir del mal. Alegría que nos hace ser críticos con una sociedad crítica. Miradlo todo, pero ¡quedaos con lo bueno! No viváis anclados en la queja y la protesta, en sentiros víctimas y en desanimaros ante tanto mal presente. Uníos y buscad el bien, nos viene a decir el apóstol. Si os toman por tontos no os preocupéis, mejor parecer tontos que parecer malos, ¿no os parece? Actuad con la astucia de quien construye, y solo usa aquello que le aprovecha para seguir construyendo. Vivir en una perpetua critica y queja no construye, no aporta nada a vuestra vida y además os hace estar tristes o enfadados. Vosotros mejor, vivid alegres.

3. El Evangelio retorna hoy de nuevo a la figura de Juan Bautista. Y nos lo presenta con una triple identidad, tres rasgos esenciales.

“Juan es testigo de la Luz”. Es un creyente que ha descubierto la obra de Dios, que sabe reconocer lo que Dios hace en su vida y en la vida de los demás. Juan es un hombre de fe, que piensa desde la fe, actúa desde la fe y habla desde la fe. Toda su vida ha quedado atravesada por la Luz tan grande de la que ha sido testigo.

-Juan es también “la voz que grita en el desierto”. Una voz. Algo tan frágil y pasajero como la voz, que es pronunciada y al instante se deshace, se vuelve inaudible. Juan es la voz del Señor, su instrumento. Aquel que ayuda a que su mensaje se oiga, ¿bonito verdad? Sin él, la palabra no se anuncia y nadie más podría descubrir y gozar de esa Luz de Dios.

“Os anuncio a uno que no conocéis”, Juan es el “iniciador” o pedagogo, el que instruye y enseña algo nuevo. Como el maestro que enseña a leer o escribir, los rudimentos que serán siempre útiles en la vida del niño. Llegarán otros maestros mas sabios y le dirán muchas otras lecciones, pero ese primer aprendizaje lo hizo posible Todo. Sin conocer de verdad a Jesucristo, el resto de verdades saben a poco.
Los cristianos seguimos a Jesucristo, pero debemos imitar a Juan en estas tres actitudes: ser testigos de la Luz, ser voz de Dios e iniciadores en la fe para otros.
¡Que Dios os guarde siempre en su alegría!

Víctor Chacón Huertas, CSsR [/box]