14 Feb Amor sin sombras
El Señor dijo a Moisés y a Aarón: «Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel, y se le produzca la lepra, será llevado ante Aarón, el sacerdote, o cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un hombre con lepra: es impuro. El sacerdote lo declarará impuro de lepra en la cabeza. El que haya sido declarado enfermo de lepra andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: “¡Impuro, impuro!” Mientras le dure la afección, seguirá impuro; vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.»
R/. Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación
Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito. R/.
Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al Señor mi culpa»
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. R/.
Alegraos, justos, y gozad con el Señor;
aclamadlo, los de corazón sincero. R/.
Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. No deis motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios, como yo, por mi parte, procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría, para que se salven. Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,40-45):
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme.»
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.»
La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio.
Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.»
Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo, se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.
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Amor sin sombras
Vivimos en un tiempo confuso: podemos tener 1.000 amigos en Facebook y que ninguno, o casi ninguno, nos visite cuando estamos mal. Podemos tener muchas redes sociales y poca comunicación personal, que poca gente sepa realmente cómo estoy y lo que me pasa. Podemos consumir mucho sexo (también hay redes para ello) y vivir muy poco el amor. Y en éstas, aprovechando la fiesta comercial del amor “San Valentín” (la cristiana es el Jueves Santo) nos venden “50 sombras de Grey” un filme de éxito mundial que exalta el amor erótico, idealizado, furtivo y compulsivo. ¡Vaya, justo lo que necesita esta sociedad tan equilibrada! Más placer sin seso.
Es verdad que el “eros” (lo erótico) es parte del amor. Esto lo reconoció hasta Benedicto XVI, y lo escribió en la Deus Caritas est. Pero, ni solo el eros es amor ni el verdadero amor se puede reducir a eros. El amor, al menos el cristiano, no se mide por la capacidad de erotismo o de provocar placer. Que tome nota el Grey ése, el amor de verdad ilumina, no crea sombras. Aun así estamos de acuerdo con el protagonista de esa película en algo: el amor necesita tocar, necesita contacto y experiencia. Pero no para poseer o utilizar, se toca para sanar, para devolver la dignidad, para reconocer la importancia del otro: para entregarse a quien se ama, para unirse a él.
Esta última manera de tocar: sanadora, liberadora, “dignificadora”, oblativa… fue la que empleó Jesús siempre en su vida y la que hoy le acerca a los leprosos y les hace tocarles. Jesús es verdaderamente revolucionario en su manera de amar y comportarse en la sociedad. Se acerca a tocar a los excluidos y apestados, “los impuros”, aquellos que eran desterrados fuera de las ciudades y obligados a sonar una campanilla cuando pasaban por un pueblo, para que todo el mundo se escondiera y ni los viera. Jesús no solo no rechaza al leproso, sino que lo toca, lo abraza y le habla. Imaginaos su emoción. ¿Cuánto tiempo llevaría aquel hombre sin hablar con nadie, sin ser tocado por nadie? Jesús lo liberó, le hizo volver a sentirse persona, amado, reconocido, digno de ser tocado. Por eso cuando se fue, aunque Jesús le pidiera silencio por la curación, “divulgó a grandes voces la noticia”, era tanta su gratitud que no fue capaz de callar. ¿Cómo callar el amor recibido?
Pablo nos llama hoy a vivir ese amor de una manera concreta: buscando hacer todo para mayor gloria de Dios, tratar de no escandalizar a nadie (andar con sensibilidad), no buscando el propio bien sino el de los demás. Y por eso les pide algo a los Corintios: imitadme a mí como yo imito a Cristo. ¿somos capaces de decir esto nosotros? ¿nos podemos poner de ejemplo para los demás? ¿Para nuestros hijos o catecúmenos o compañeros…? Pues, aunque de manera imperfecta siempre, deberíamos poder explicar eso que tratamos de vivir o de hacer. Dar testimonio del modo en que seguimos a Jesús y encarnamos su evangelio. Ojalá que crezcamos en ese sentido en nuestra fe y nuestro amor.
Víctor Chacón Huertas, CSsR [/box]