Corpus Christi

Corpus Christi

Lectura del libro del Deuteronomio

En aquel tiempo, habló Moisés al pueblo y le dijo: “Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto, para afligirte, para ponerte a prueba y conocer si ibas a guardar sus mandamientos o no. El te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que ni tú ni tus padres conocían, para enseñarte que no sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios. No sea que te olvides del Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto y de la esclavitud; que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, lleno de serpientes y alacranes; que en una tierra árida hizo brotar para ti agua de la roca más dura, y te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres”.

Salmo responsorial (147)

R. Bendito sea el Señor.
L. Glorifica al Señor Jerusalén, a Dios ríndele honores, Israel. El refuerza el cerrojo de tus puertas y bendice a tus hijos en tu casa. /R.
L. El mantiene la paz en tus fronteras, con su trigo mejor sacia tu hambre. El envía a la tierra su mensaje y su palabra corre velozmente. /R.
L. Le muestra a Jacob, sus pensamientos, sus normas y designios a Israel. No ha hecho nada igual con ningún pueblo ni le ha confiado a otro sus proyectos. /R

Lectura de la Carta del apóstol San Pablo a los Corintios

Hermanos:

El cáliz de la bendición con el que damos gracias,  ¿no nos une a Cristo por medio de su sangre? Y el pan que partimos, ¿no nos une a Cristo por medio de su cuerpo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan. 

Lectura del santo Evangelio según san Juan

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que Yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida”. Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? ”  Jesús les dijo: “Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y Yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en Mí y Yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y Yo vivo por El, así también el que me come vivirá por Mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre”.

 

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“Comerse a Dios para vivir como Dios”

“Recuerda el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer… para enseñarte… No te olvides del Señor tu Dios, que te sacó de Egipto, que sacó agua para ti de una roca, que te alimentó en el desierto…”. El Deuteronomio nos invita a hacer memoria, y memoria agradecida de nuestra vida. Nos invita a recordar y a agradecer incluso los pasajes más duros y áridos de nuestra vida. Nos invita a dar gracias incluso por los desiertos que atravesamos, y aprender a leerlo todo en clave de salvación. Por dura y desagradable que fuera aquella experiencia es algo que superamos, que no nos venció, y no lo hizo porque Dios estaba de nuestro lado, salvando, fortaleciendo, guiándonos. ¿seremos capaces de hacer esta lectura serena y reconciliadora de nuestra historia? Para comer a Cristo hay que recordar como él lo hacía. Y eso implica tener buena memoria para unas cosas, y mala para otras.

pan--644x362“Nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo porque comemos todos del mismo pan”. Nuestra ofrenda, la que presentamos a Dios junto al pan y al vino, la que nos une, es nuestra propia vida. Es una ofrenda que presentamos en debilidad y corrupción con todo aquello que somos, Dios lo sabe bien; pero es una ofrenda que será transformada por nuestra oración y, sobre todo, por la misteriosa acción del Espíritu Santo a través del sacerdote, que hace las veces de Cristo ocupando su lugar. Así, lo que le damos precario, incompleto, débil (nuestra vida y nuestra historia) Dios nos lo devuelve glorioso y resucitado, prenda de inmortalidad. Cambia nuestra vida en SU Vida, y lo hace cada Eucaristía en la que participamos, y lo hace sin que nos demos cuenta tantas veces. Dios nos va salvando, resucitando y asumiendo a él, en cada Eucaristía. ¿No es maravilloso? ¿No es con razón el más grande de los siete sacramentos, el que más claramente nos une a Dios?

Por eso, “El que me coma vivirá para siempre”. Dos veces lo dice el Evangelio de Juan que escuchamos este domingo. Y es que recibir la comunión, comulgar, es unir nuestro destino al de Dios. Decirle que no queremos vivir ni ser ya nada fuera de él, lejos de la fe. Comulgar es realmente “convertirnos en aquello que recibimos” como decía san Agustín, y ser Dios para los demás. Por eso “el que me come vivirá por mí” y “el que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”. Metemos a Dios en nuestra vida y eso tiene unas consecuencias. La Eucaristía nos compromete a ser presencia de Cristo para los demás. Literal y escandalosamente “nos comemos a Dios, para vivir como él”. No es un premio que recibimos, es el alimento que tenemos los débiles. Necesitamos tu cuerpo, Señor. Necesitamos que nos nutras, que nos vayas transformando en ti.

Víctor Chacón Huertas, CSsR

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