Crónica – Pascua en Taizè

Crónica – Pascua en Taizè

VIVIR LA PASCUA EN TAIZÉ
En Taizé el tiempo pasa de otra manera. Entre oraciones, cantos y momentos de reflexión, uno tiene la oportunidad de conocer gente, entrar en contacto con otras culturas, y de descubrir a Dios en el ambiente.

La Pascua en Taizé fue una experiencia diferente. Realmente, fue una oportunidad para abrir la mente una vez que tus esquemas se han roto. El sábado 19 de marzo nuestras mochilas iban cargadas de ropa, abrigos y comida; y el lunes 28 llegaron repletas de experiencias y emociones. No puedes hablar con las 8.000 personas que están allí, pero sí comprendes todo lo que una mirada o un gesto significan. Comunicarte con personas con la que únicamente compartes la fe (ni el idioma, ni el Continente de origen, y mucho menos la forma de ver la vida) hace que descubras un nuevo rostro de Dios resucitado.

La experiencia de oración también cobra otro sentido en Taizé. La gente no solo acompaña a los Hermanos cantando, sino también con sus reflexiones y sentimientos. De hecho, el canto es la forma que tienen las emociones de salir y tomar forma. ¿Qué mejor manera hay de expresar la esperanza en la Pasión y el júbilo de la Resurrección?

El saberse acompañado por tantas personas cristianas aumentaba la magnitud de la experiencia. Darnos la mano católicos, protestantes y ortodoxos en la explanada que hay frente a las campanas el Viernes santo a la hora nona, en riguroso silencio, hizo que todos fuésemos conscientes de lo que estábamos rememorando. Y, de la misma manera, cuando el Domingo de Resurrección encendimos nuestras velas celebrando que Dios es Vida, todos nos dimos cuenta de que esa celebración no era una más: Cristo había resucitado verdaderamente.

Poco espacio hubo para la despedida: el tiempo de Pascua había empezado, y nos íbamos de Taizé para dar testimonio de lo vivido.

Enrique Ordiales

(Imagen de Carmen Hernández)

Pascua en Taizè

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