domingo X del T. O.

domingo X del T. O.

Domingo 09 de Junio del 2013

Primera lectura


Lectura del primer libro de los Reyes:

En aquellos días, cayó enfermo el hijo de la señora de la casa. La enfermedad era tan grave que se quedó sin respiración. Entonces la mujer dijo a Elías: «¿Qué tienes tú que ver conmigo? ¿Has venido a mi casa para avivar el recuerdo de mis culpas y hacer morir a mi hijo?» Elías respondió: «Dame a tu hijo.» Y, tomándolo de su regazo, lo subió a la habitación donde él dormía y lo acostó en su cama. Luego invocó al Señor: «Señor, Dios mío, ¿también a esta viuda que me hospeda la vas a castigar, haciendo morir a su hijo?» Después se echó tres veces sobre el niño, invocando al Señor: «Señor, Dios mío, que vuelva al niño la respiración.» El Señor escuchó la súplica de Elías: al niño le volvió la respiración y revivió. Elías tomó al niño, lo llevó al piso bajo y se lo entregó a su madre, diciendo: «Mira, tu hijo está vivo.» Entonces la mujer dijo a Elías: «Ahora reconozco que eres un hombre de Dios y que la palabra del Señor en tu boca es verdad.»

Salmo

Salmo responsorial: 29

R/. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.

Tañed para el Señor, fieles suyos,
dad gracias a su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo.

Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas. Señor, Dios mío,
te daré gracias por siempre.

Segunda lectura: Ga 1,11-19

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas:

Os notifico, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo.
Habéis oído hablar de mi conducta pasada en él judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba, y me señalaba en el judaísmo más que muchos de mi edad y de mi raza, como partidario fanático de las tradiciones de mis antepasados. Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia se dignó revelar a su Hijo en mí, para que yo lo anunciara a los gentiles, en seguida, sin consultar con hombres, sin subir a Jerusalén a ver a los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, y después volví a Damasco. Más tarde, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas, y me quedé quince días con él.
Pero no vi a ningún otro apóstol, excepto a Santiago, el pariente del Señor.

 

Evangelio: Lc 7,11-17

Lectura del santo evangelio según san Lucas:
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío.

Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: «No llores.» Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!» El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.» La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.

“A ti te lo digo, ¡levántate!”

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Ahora sí, entramos en una gran recta en la que habremos de mantener la fe y “correr bien la carrera” más allá de todas las fiestas pascuales y postpascuales; y las celebraciones que hasta estos días han llenado nuestras agendas y calendarios (bautizos, comuniones y confirmaciones). El tiempo ordinario se constituye así en la maravillosa oportunidad de vivir la fe en lo ordinario, que no vulgar, en lo concreto de cada día. En sus afanes y desvelos, en sus riquezas y sinsabores. Escuchemos la Palabra en la que Dios nos habla este domingo.

 

1.       “Por revelación de Jesucristo”. Es lo que dice Pablo a los Gálatas –comencemos hoy por aquí nuestro comentario-: “el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo”. ¿Qué está queriendo decir Pablo con esto? Vivo algo que no me he inventado yo. Me ha transformado el encuentro con una revelación, la de Jesucristo. Una revelación que también se da en nuestros días y en nuestra vida ordinaria, no tenemos que ir muy lejos si realmente deseamos encontrarnos con ella. Pero para que este encuentro se dé ha de haber una acogida real de esa revelación, que sólo se da en la fe. Fue la fe la que permitió el cambio tremendo de vida que Pablo afronta no sin dificultad.

 

2.       Esa revelación se dio también en ocasiones por mediación de los profetas, como Elías. «Mira, tu hijo está vivo.» Entonces la mujer dijo a Elías: «Ahora reconozco que eres un hombre de Dios y que la palabra del Señor en tu boca es verdad.» Elías, frente a una mujer atemorizada que esperaba su denuncia y que señalaran su pecado, se posiciona con actitud de misericordia e invoca al Señor para que interceda por su hijo. La mujer aprecia y reconoce su gesto, no se ha limitado a palabrería ni a actuar como un profeta más que le pide convertirse, sino que intercede y actúa, reza, se postra, invoca… actúa. Su palabra cobra valor por la coherencia de su vida. ¿Qué decir de la coherencia de nuestra vida? ¿Todo aquello que exigimos a los demás lo vivimos nosotros primero?

 

3.       El pasaje de Lucas de la viuda de Naín y la reanimación-revivificación de su hijo guarda severos parecidos con el caso del profeta Elías de la primera lectura. Jesús actúa en modo parecido a Elías. Se compadece, dice el texto que “le dio lástima” y no es para menos, aquella mujer se había quedado sola, viuda y con su único hijo muerto. Quedaba en situación de desvalimiento claro en aquella cultura y en aquellas circunstancias. Jesús se apiada de ella, no con bellas palabras, sino que vive una “compasión activa”, esto es, una compasión que le mueve a la acción. “¡Muchacho a ti te lo digo, levántate!”. No sabemos lo que condujo a la muerte al muchacho, pero sí sabemos que Jesús le llama a salir de su situación de muerte, postración, y a ¡levantarse! A ponerse en pie de nuevo y seguir luchando. Por muy dura que sea la batalla de la vida que le toque librar. Detrás de ése “levántate” están seguramente los verbos egeiro y anistemi, los verbos que narran la resurrección de Jesús. La resurrección que esperamos es resurrección que a la que también hemos de contribuir con una compasión activa como la de Jesús y Elías. Poner a trabajar la esperanza y el espíritu de servicio en favor de los demás.  [/box]  Víctor Chacón Huertas, CSsR