08 Oct DOS “MALOS” AGRADECIDOS.
DOMINGO, 9 DE OCTUBRE, 28 del Tiempo Ordinario
2 Reyes 5, 11-17.
En aquellos días, el sirio Naamán bajó y se bañó en el Jordán siete veces, conforme a la palabra de Eliseo, el hombre de Dios. Y su carne volvió a ser como la de un niño pequeño: quedó limpio de su lepra.
Naamán y toda su comitiva regresaron al lugar donde estaba el hombre de Dios. Al llegar, se detuvo ante él exclamando:
«Ahora conozco que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel. Recibe, pues, un presente de tu siervo».
Pero Eliseo respondió: «Vive el Señor, a quien sirvo, que no he de aceptar nada».
Y le insistió en que aceptase, pero él rehusó.
Naamán dijo entonces: «Que al menos le den a tu siervo tierra del país, la carga de un par de mulos, porque tu servidor no ofrecerá ya holocausto ni sacrificio a otros dioses más que al Señor».
Palabra de Dios.
Salmo 97.
EL SEÑOR REVELA A LAS NACIONES SU SALVACIÓN.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo.
El Señor da a conocer su salvación,
revela a las naciones su justicia.
Se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado
la salvación de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera,
gritad, vitoread, tocad.
2 Timoteo 2, 8-13.
Querido hermano:
Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David, según mi evangelio, por el que padezco hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada.
Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación y la gloria eterna en Cristo Jesús.
Es palabra digna de crédito:
Pues si morimos con él, viviremos con él; si perseveramos, también reinaremos con él; si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.
Palabra de Dios.
Lucas 17, 11-19.
Una vez, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros».
Al verlos, les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes».
Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. Éste era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo:
«¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?»
Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado».
Palabra del Señor.
DOS “MALOS” AGRADECIDOS.
Cuenta San Lucas que, de camino a Jerusalén, Jesús encontró a diez leprosos que gritaban: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. El Señor les envió a los sacerdotes para que certificaran su curación con un documento que acreditase su reinserción en la sociedad. Por el camino los diez leprosos quedaron limpios. Pero sólo uno volvió alabando a Dios, y, postrándose ante Jesús, le dio las gracias por su curación. Éste era un samaritano, un marginado doble, por leproso y extranjero, y objeto de desprecio y de exclusión para los judíos por hereje.
Naamán, el sirio, es otra persona agradecida. Los dos abren su corazón al Señor en busca de la limpieza que da la fe. Limpio de corazón no es el que cumple unas normas y formalidades rituales y aparenta una vida intachable, sino el que es sencillo y actúa en coherencia, en respuesta al amor gratuito que recibe de Dios.
La verdadera salvación viene por la fe en Jesús: “Levántate, vete; tu fe te ha salva-do”. Los otros nueve no pasaron de la curación física. El samaritano, además de la desaparición de la lepra, ha encontrado al Señor y ha reconocido el don de Dios. Sólo desde la gratitud profunda es posible reconocer a Dios e introducirnos en el seguimiento pleno de Jesús.
Tenemos datos más que suficientes para afirmar que la liturgia de las primeras comunidades estaba basada toda ella en la Acción de Gracias (Eucaristía) y la alabanza divina. La salvación del samaritano leproso llega en el reconocimiento y agradecimiento del don. Los otros nueve se quedaron en la salvación material, incapaces de ver y seguir a Jesús Salvador.
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