El hijo de María ha resucitado

El hijo de María ha resucitado

La Iglesia repite, canta, grita: ¡Jesús ha resucitado! ¿Pero cómo? Pedro, Juan, las mujeres fueron al sepulcro y estaba vacío, Él no estaba. Fueron con el corazón cerrado por la tristeza, la tristeza de una derrota: el Maestro, su Maestro, el que amaban tanto, fue ejecutado, murió. Y de la muerte no se regresa. Esta es la derrota, este es el camino de la derrota, el camino hacia el sepulcro.

En el artículo que el Papa Francisco escribe en nuestra revista Icono de abril, en la sección ‘María del Perpetuo Socorro’, asegura que “la cruz no es el final”. Según él, “La Resurrección de Cristo no es una fiesta con muchas flores. Esto es bonito, pero no es esto, es más; es el misterio de la piedra descartada que termina siendo el fundamento de nuestra existencia. Cristo ha resucitado, esto significa. En esta cultura del descarte donde eso de que no sirve toma el camino del usar y tirar, donde lo que no sirve es descartado, esa piedra -Jesús- es descartada y es fuente de vida. Y también nosotros, guijarros por el suelo, en esta tierra de dolor, tragedias, con la fe en el Cristo Resucitado tenemos un sentido, en medio de tantas calamidades”.

 

MIRAR MÁS ALLÁ

El sentido de mirar más allá, el sentido de decir: “Mira no hay un muro; hay un horizonte, está la vida, la alegría, está la cruz con esta ambivalencia. Mira adelante, no te cierres. Tú guijarro, tienes un sentido en la vida porque eres un guijarro en esa piedra, esa piedra que la maldad del pecado ha descartado”.

¿Qué nos dice la Iglesia hoy ante tantas tragedias? Esto, sencillamente. La piedra descartada no resulta realmente descartada. Los guijarros que creen y se unen a esa piedra no son descartados, tienen un sentido y con ese sentimiento, la Iglesia repite desde lo profundo del corazón: “Cristo ha resucitado”.

Pensemos un poco, que cada uno de nosotros piense, en los problemas cotidianos, en las enfermedades que hemos vivido o que alguno de nuestros familiares tiene; pensemos en las guerras, en las tragedias humanas y, simplemente, con voz humilde, sin flores, solos, ante Dios, ante nosotros decimos: “No sé cómo va esto, pero estoy seguro de que Cristo ha resucitado y yo he apostado por esto”.

Hermanos y hermanas, esto es lo que he querido deciros. Volved a casa hoy, repitiendo en vuestro corazón: “Cristo ha resucitado”.

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