09 May En el mes de María
En nuestro camino de oración, encontramos a la Virgen María como mujer orante. La Virgen rezaba. Cuando el mundo todavía la ignora, cuando es una sencilla joven prometida con un hombre de la casa de David, María reza. Podemos imaginar a la joven de Nazaret recogida en silencio, en continuo diálogo con Dios, que pronto le encomendaría su misión.
El Papa Francisco, en su artículo de nuestra revista Icono del mes de mayo asegura que “Ella está llena de gracia e inmaculada desde la concepción, pero todavía no sabe nada de su extraordinaria y sorprendente vocación y del mar tempestuoso que tendrá que navegar”. Algo es seguro: María pertenece al grupo de los humildes de corazón a quienes los historiadores oficiales no incluyen en sus libros, pero quienes Dios ha preparado la venida de su Hijo.
María no dirige autónomamente su vida: espera a que Dios tome las riendas de su camino y la guíe donde Él quiere. Es dócil, y con su disponibilidad predispone los grandes eventos que involucran a Dios en el mundo.
María acompaña en oración toda la vida de Jesús, hasta la muerte y resurrección; y al final continúa, y acompaña a los primeros pasos en la Iglesia naciente (cfr. Hch 1, 14). María reza con los discípulos que han atravesado el escándalo de la cruz. Reza con Pedro, María está ahí, con los discípulos, en medio de los hombres y mujeres que su Hijo ha llamado a formar su comunidad.
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