29 Oct Felices los que lloran
Lectura del libro del Apocalipsis:
Yo, Juan, vi a otro Ángel que subía del Oriente y tenía el sello de Dios vivo; y gritó con fuerte voz a los cuatro Ángeles a quienes había encomendado causar daño a la tierra y al mar: «No causéis daño ni a la tierra ni al mar ni a los árboles, hasta que marquemos con el sello la frente de los siervos de nuestro Dios.»
Y oí el número de los marcados con el sello: ciento cuarenta y cuatro mil sellados, de todas las tribus de los hijos de Israel. Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos.
Y gritan con fuerte voz: «La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero.» Y todos los Ángeles que estaban en pie alrededor del trono de los Ancianos y de los cuatro Vivientes, se postraron delante del trono, rostro en tierra, y adoraron a Dios diciendo: «Amén, alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos, amén.» Uno de los Ancianos tomó la palabra y me dijo: «Esos que están vestidos con vestiduras blancas quiénes son y de dónde han venido?»
Yo le respondí: «Señor mío, tú lo sabrás.» Me respondió: «Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la Sangre del Cordero.»
Salmo 23
R/. Este es el grupo que viene a tu presencia, Señor
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos. R/.
Quién puede subir al monte del Señor?
Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos. R/.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob. R/.
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan:
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él porque le veremos tal cual es. Todo el que tiene esta esperanza en él se purificará a sí mismo, como él es puro.
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Lectura del santo evangelio según san Mateo:
Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.»
[su_box title=”‘La verdadera santidad'”]
No es que haya una falsa santidad, pero se ha dado y se da tan mala imagen de los santos… Se ha contado la historia de muchos tan idealizada, tan inhumana incluso, y para colmo se les ha puesto un rostro tan bobalicón e insulso, que ciertamente ni atrae ni motivan a vivir nada. Al menos para la sensibilidad hodierna, en la Edad Media imagino que encantaban esas hagiografías (vidas de santos) con tanta disciplina, tanto ayuno y tanta sangre. La historia de niños que no mamaban los viernes de Cuaresma y cosas por el estilo… pero la santidad es otra cosa. Veámoslo en las lecturas. Dice el Apocalipsis que había “una muchedumbre inmensa que nadie podía contar, de toda raza, pueblo, lengua y nación (…), son los que vienen de la gran tribulación”.
Los primeros cristianos se llamaban entre sí los santos (lit. “los separados” eso significa santidad). Separados de quién, pues de los judíos, de quién si no. Lo curioso es que en esa relato de los santos salvados se integra a todos los pueblos, razas y lenguas. Y se les incluye incluso numéricamente. Los 144.000 son el resultado de multiplicar 12 x 12.000, 12 es un número sagrado que significa totalidad, son las 12 tribus elegidas por Dios como estirpe santa, Su Pueblo. Y se salvarán todos de cada una de las 12 tribus. Dios no excluye a nadie primera conclusión. Segunda, los santos son los que “vienen de la gran tribulación”, los que han sufrido por otros, han dado su vida, su tiempo y sus dones por los demás; por eso han lavado sus ropas en la sangre del cordero santo (Jesús), se han sacrificado igual que Él, siguiendo su ejemplo. ¿Tenemos en cuenta el sacrificio, la renuncia y entrega de cosas como parte de nuestra fe? Si no, algo falla. En la sociedad del placer no se entienden los cilicios, pero para ser santos es necesario algún sacrificio, jamás me creería la vida de ningún santo que siempre hizo lo que quiso y vivió egoístamente pensando solo en disfrutar.
De ahí la verdadera santidad que es la que Jesús propone en el sermón de la montaña de Mateo. Una santidad contradictoria, que choca con los valores culturales de su época: 1.¡Felices los pobres! Ser pobre es no poseer y no ser poseído por nada. Vivir desprendido y generoso. No preocupado por tener más ni acumular. Con la seguridad puesta en Dios y sólo en Él. 2.¡Felices los mansos! No los violentos, no los que parecen resolverlo todo por la fuerza. Sino los tranquilos, los pacíficos, los que no se alteran, los que hablan y aclaran malentendidos. Felices los que confían en las personas y no en sus puños cobardes. 3.¡Felices los que lloran! Qué sorprendente esta, ¿verdad? Felices los que son capaces de llorar y conmoverse, los que son sensibles y muestran sus sentimientos aunque los puedan herir a veces. Felices los que así se arriesgan aunque sean tachados de débiles. 4.¡Felices los que tienen hambre y sed de justicia! Los no satisfechos, los no hartos, los que todavía piensan en dar y en hacer y en trabajar por otros. 5.¡Felices los misericordiosos! Pues son como Dios nuestro Padre que de todos se compadece porque ama a todos y no odia nada de lo que ha hecho. (Sab. 11,12) 6. ¡Felices los limpios de corazón! Felices por ser como niños, por no tener doblez ni suspicacia, por fiarse y amar tierna y abiertamente. 7. ¡Felices los que trabajan por la Paz! Felices por buscar la reconciliación y armonía, pues eso quiere Dios en su obra. 8. ¡Felices los perseguidos por causa de la justicia! Felices vosotros que lucháis por el bien y la verdad, aunque sufráis incomprensión y contrariedades, aunque sea más fácil mentir y ser malo, no cedéis a la tentación. Felices vosotros.
Víctor Chacón Huertas, CSsR [/su_box]