Hacerse niño

Hacerse niño

Regresar a la infancia evangélica no es recuperar la niñez, el regalo de los pocos años o el don de la simple ingenuidad. Recuperar la infancia en la edad adulta es una tarea ardua, un empeño complicado que compromete la integridad de la vida. Así lo asegura Atilano Alaiz en ‘Hacerse niño. La infancia evangélica’.

En su libro aparecen los siguientes capítulos: Lección básica, Actitud fundamental, Los sencillos, mano derecha de Dios, Los encantos de los niños, La actitud de docilidad, En crecimiento continuo y Niños sin niñerías.

En el cuarto capítulo, dedicado a Los encantos de los niños, se centra en la mirada limpia, a cara descubierta, todo es gracia, conciencia de la propia pobreza y el Señor, como fortaleza de los débiles. La mirada del niño, según Alaiz, es una mirada limpia porque no sufre las patologías que sobrevienen con los años. Los niños no saben lo de prejuicios de ninguna clase: no son clasistas, ni racistas, ni nacionalistas, ni partidistas. Por ejemplo, explica el autor, un niño judío juega con un niño palestino, al igual que un niño rico lo hace con uno pobre, o uno negro con uno blanco.

Los adultos, por el contrario, estamos llenos de prejuicios y prevenciones. El niño ve la realidad con sus propios ojos y el adulto tiene gafas que alteran la visión de la realidad. Jesús advierte seriamente contra los juicios y prejuicios gratuitos que distorsionan la visión genuina del otro. Y los apóstoles, en sintonía con su pensamiento, califican de audaz o insensata la actitud de convertirse en jueces de los demás.

La actitud básica de la que hay que partir para ser niños según el Evangelio y gozar de la alegría de todo espíritu noble es reconocerse necesitado de Dios y de los demás. Ser como un niño, para Atilano Alaiz es una bienaventuranza, una experiencia sabrosa. Y como todo lo evangélico, es un modo de ser y de proceder alternativo. Constituye una mentalidad que no se lleva, pero que, en el fondo, es valorada, convence y no defrauda.