Las manos de Dios

Las manos de Dios

Lectura del libro de los Proverbios

Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará? Vale mucho más que las perlas. Su marido se fía de ella, y no le faltan riquezas. Le trae ganancias y no pérdidas todos los días de su vida. Adquiere lana y lino, los trabaja con la destreza de sus manos. Extiende la mano hacia el huso, y sostiene con la palma la rueca. Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre. Engañosa es la gracia, fugaz la hermosura, la que teme al Señor merece alabanza. Cantadle por el éxito de su trabajo, que sus obras la alaben en la plaza.

Salmo 127

R/. Dichoso el que teme al Señor

Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien. R/.

Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa; tus hijos,
como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa. R/.

Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida. R/.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses

En lo referente al tiempo y a las circunstancias no necesitáis, hermanos, que os escriba. Sabéis perfectamente que el día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Cuando estén diciendo: «Paz y seguridad», entonces, de improviso, les sobrevendrá la ruina, como los dolores de parto a la que está encinta, y no podrán escapar. Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón, porque todos sois hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas, Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados.

Lectura del santo evangelio según san Mateo (25,14-30):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: “Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco.” Su señor le dijo: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor.” Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: “Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos.” Su señor le dijo: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor.” Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: “Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo.” El señor le respondió: “Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadle fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes.”»

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Las manos de Dios

Estamos acabando el tiempo ordinario en la liturgia. Y se nota en las lecturas de la Palabra que nos confrontan con nuestra verdad más radical y primaria. La Parábola de los talentos de sobra conocida y muchas veces leída, nos recuerda la situación tantas veces experimentada. Vivimos un cristianismo cómodo, light, descafeinado. Vivimos una fe más preocupada de tranquilizar conciencias que de comprometerse en un cambio exigente y entregado. Todavía nos da miedo mostrar nuestros talentos y ponerlos a producir en favor de otros.

A veces vivimos instalados en una permanente excusa “cada uno va a lo suyo”, “esta sociedad es individualista”, pero esas excusas nos sirven de coartada para seguir haciendo nosotros lo mismo; para seguir enterrando nuestros talentos. ¿Quién rompe esta dinámica? ¿Hasta cuando los demás seguirán siendo excusa? No valen comparaciones, es verdad que unos recibieron más talentos que otros, porque Dios repartió “a cada cual según su capacidad”; por eso, el que tenía un solo talento y lo escondió por miedo, cometió un pecado mayor. Ocultó aquello que había recibido de Dios y que podía poner al servicio de los demás. El miedo y la comodidad que a veces le acompaña no cumplen el proyecto de Dios sobre nosotros. No ayudan a crecer.

La “mujer hacendosa” de la que hoy nos habla Proverbios, es alguien de fiar y alguien que se fía de los demás. Que no tiene miedo a poner sus talentos a producir para amigos y extraños. Ilumina cuanto toca, y cuanto emprende tiene buen fin. Actúa desde la bondad y movida por la confianza en Dios y en las personas. No se resigna amanos-ancianas decir eso de “hoy no se puede fiar uno de nadie”. La mujer de Proverbios ni tiene miedo ni hace tenerlo a quien se acerca a ella.

El salmo nos insiste en algo diferente: “Dichoso el que teme al Señor”. Ya lo hemos comentado otras veces. No se trata del miedo que esconde sino del respeto y la reverencia que reconoce nuestra pequeñez ante Él. “temer a Dios” es vivir respetando a Dios de palabra y de obra, vivir buscando cumplir aquello que Él nos dice. Vivir, en definitiva, poniendo nuestros dones a producir. Y es que el temor que nace de la fe no esconde nada ni hace esconderse a nadie. Es un temor que confía, pero que hace ser humilde. Un temor que ayuda a creer y a proteger lo valioso de nuestra vida y de la del prójimo, que no nos deja cómodos ni plácidamente sentados. Un temor que nos hace estar inquietos, vivos, despiertos y serviciales, como la mujer de Proverbios, como nuestras madres y abuelas. Siempre al pie del cañón, siempre desviviéndose por los demás, siempre “estrujando” sus talentos para los demás. Las manos de Dios se tienen que parecer a las suyas seguro. Arrugadas, cansadas de tanto dar y de tanto hacer, con callos y surcos llenos de vida y de historias.

Víctor Chacón Huertas, CSsR [/box]