Líbranos del miedo

Líbranos del miedo

Así se titula el artículo del Papa Francisco que escribe en la sección ‘María del Perpetuo Socorro’ en nuestra revista Icono de febrero.

Ante la maldad y la fealdad de nuestro tiempo, nosotros también, como el pueblo de Israel, tenemos la tentación de abandonar nuestro sueño de libertad. Sentimos un miedo legítimo ante situaciones que nos parecen sin salida. Y no bastan las palabras humanas de un líder o de un profeta para tranquilizarnos, cuando no logramos sentir la presencia de Dios y no somos capaces de abandonarnos a su providencia.

Nos cerramos en nosotros mismos en nuestras frágiles seguridades humanas en el círculo de las personas amadas, en nuestra rutina tranquilizadora. Y, al final, renunciamos al viaje hacia la Tierra prometida para volver a la esclavitud de Egipto.

Este repliegue en uno mismo, signo de derrota, acrecienta nuestro miedo de los “otros”, de los desconocidos, de los marginados, de los forasteros -que, por otra parte, son los privilegiados del Señor, como leemos en Mateo 25-. Y esto se nota particularmente hoy en día, frente a la llegada de migrantes y refugiados que llaman a nuestra puerta en busca de protección, seguridad y un futuro mejor. Es verdad, el temor es legítimo, también porque falta preparación para este encuentro. Lo decía con motivo de la Jornada Mundial de los Migrantes y Refugiados: “No es fácil entrar en la cultura que nos es ajena, ponernos en el lugar de personas tan diferentes a nosotros, comprender sus pensamientos y sus experiencias. Y así, a menudo, renunciamos al encuentro con el otro y levantamos barreras para defendernos”. Renunciar a un encuentro no es humano.

SUPERAR EL MIEDO

En cambio, en palabras del Papa Francisco, estamos llamados a superar el miedo para abrirnos al encuentro. Y para hacerlo, no bastas las justificaciones racionales y los cálculos estadísticos. Moisés dice al pueblo frente al Mar Rojo, con un enemigo aguerrido a sus espaldas: “No temáis”, porque el Señor no abandona a su pueblo, sino que actúa misteriosamente en la historia para realizar su plan de salvación. Moisés habla así simplemente porque se fía de Dios.

El encuentro con el otro es también un encuentro con Cristo. Nos lo dijo Él mismo. Es Él quien llama a nuestra puerta hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo y encarcelado, pidiendo que lo encontremos y ayudemos. Y si todavía tuviéramos alguna duda, esta es su clara palabra: “En verdad os digo, que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).

El aliento del Maestro a sus discípulos también se puede entender en este sentido: “Ánimo, que soy yo, no temáis” (Mt 14, 27). Y realmente es Él, incluso si a nuestros ojos les cuesta trabajo reconocerlo: con la ropa rota, con los pies sucios, con el rostro deformado, con el cuerpo llagado, incapaz de hablar nuestra lengua… Nosotros también, como Pedro, podríamos sentirnos tentados de poner a prueba a Jesús, de pedirle una señal. Y tal vez, después de algunos pasos vacilantes hacia Él, volver a ser víctimas de nuestros miedos. ¡Pero el Señor no nos abandona! Aunque seamos hombres y mujeres de “poca fe”, Cristo continúa teniendo su mano para salvarnos y permitir que nos encontremos con Él, un encuentro que nos salva y nos devuelve la alegría de ser sus discípulos.

INICIAR EL ENCUENTRO

Si esta es una clave válida de lectura de nuestra historia actual, entonces deberíamos comenzar a dar las gracias a quien nos brinda la oportunidad de este encuentro, es decir, a los “otros” que llaman a nuestras puertas, ofreciéndonos la oportunidad de superar nuestros miedos para encontrar, acoger y ayudar a Jesús en persona.

Y aquellos que han tenido la fuerza de dejarse liberar del miedo, los que han experimentado la alegría de este encuentro hoy están llamados a anunciarlo desde los tejados, abiertamente, para ayudar a otros a hacer lo mismo, predisponiéndose al encuentro con Cristo y su salvación.

Si quieres leer el artículo completo puedes hacerlo aquí.