Mártires de Valencia

El año 1917 se instalaban los Misioneros Redentoristas en la iglesia valenciana del Temple. Pero será en la 2ª República cuando esta Comunidad llegue a su esplendor, tanto en número de miembros (9 sacerdotes y 5 hermanos) como en sus trabajos misioneros en toda la Comunidad Valenciana.

El rector de la comunidad, al advertir lo adverso de la situación contra los religiosos, se preocupó de buscar alojamiento a todos los cohermanos, sobre todo en casas amigas de la ciudad. Pensaba que duraría poco el estado de alerta y que pronto se volvería a la normalidad. Los últimos en salir, a punto de entrar las turbas de la FAI en la casa, fueron el P. Félix Ramos y el cocinero de la comunidad C.H. Bernardo Gallo, tras haber escondido el icono de la Virgen del Perpetuo Socorro en una concavidad bajo el templete y trasladado el Santísimo a una casa amiga junto al Temple.

Todos quedaron escondidos a la espera de los acontecimientos. El único que se pudo mover con más o menos libertad por Valencia a lo largo de estos años fue el P. Vicente Elejalde Arrollo, que obtuvo un salvoconducto como sacerdote vasco. Del resto de la comunidad éste fue el saldo:

• Tres personas asesinadas: HH. Celso Alonso, Santiago Margusino y Ángel Vesga.

• Ocho Religiosos presos: M.R.P. Tomás Vega, RR.PP. Vélez, Ronda, D. Monroy, Piorno, CC. HH. Santiago Margusino, Bernardo y Juan de Dios.

• Los demás vivieron escondidos en diversas familias hasta que llegó el final de la Guerra.

Los tres mártires perecieron al comienzo de la Persecución Religiosa, entre septiembre y diciembre de 1936. Es el P. Elejalde Arroyo el que se lo comunica al P. Ibarrola y este último al Provincial en una lista de los muertos en la zona republicana.

Los tres hermanos, desde que su muerte fue conocida, fueron considerados a nivel de la Provincia Redentorista Española y a nivel de la misma Congregación como mártires.

Como testimonio podemos entresacar unas bellas palabras del P. Jesús Portero sobre lo acontecido en Valencia a los miembros de la Comunidad. Él nos dice: “Yo creo que el Señor hizo un regalo magnífico a los que escogió, como podía haberlo hecho a los demás y hubieran respondido de la misma forma. También tengo por cierto que fueron sacrificados los mejores y que hay una relación directamente proporcional de buen espíritu religioso y cuantía de los padecimientos”.

Y en septiembre de 2002 era entregada en la portería del Arzobispado de Valencia una carta en la que solicitaba al Sr. Arzobispo de Valencia la apertura de la Causa de los Mártires Redentoristas de Valencia. Esta petición por parte del Postulador General ha ido precedida de dos años de investigación sobre las muertes de los tres hermanos y su vida en la Congregación, concluyendo que su muerte fue por el hecho de ser religiosos y no por motivo político alguno y que su muerte estuvo en consonancia con sus vidas.

Celso nació en el pueblecillo burgalés de Rioseras el 28 de julio de 1896. De familia sencilla, humilde, pero profundamente religiosa, fue bautizado el mismo día de su nacimiento. En su niñez fue pastor. La pobreza de la familia le impidió completar el tiempo de la escuela, así que cuando entró al postulantado apenas sabía leer ni escribir.

En el año 1913, cuando no tenía más que 17 años, entró de postulante para ser Hermano Redentorista en El Espino (Burgos); hizo su profesión temporal el día de Navidad de 1920 y los votos perpetuos el 25 de marzo de 1924. Su vida transcurrió en las comunidades de Madrid del Perpetuo Socorro y de San Miguel, El Espino, Astorga, La Coruña, Carmona y Granada. De Granada pasó a Valencia, hacia finales de 1935, para atender al anciano P. Antonio Mariscal. Se dedicó fundamentalmente a atender la sacristía y a los enfermos. En todo se hizo querer, pero ante todo destacaba por su abnegación como enfermero. Y por esa tarea fue, precisamente, por lo que el Señor quiso premiarle con el martirio.

Cuando estalló la revolución apenas llevaba unos meses en Valencia. De ordinario vivía fuera de la comunidad, atendiendo al anciano hermano se quedó en el asilo como enfermero. Con el H. Celso había en el asilo varios jesuitas y un anciano hermano franciscano. Una vez que los revolucionarios se adueñaron del asilo, encerraron a las hermanas en la parte destinada a Noviciado. Mientras él y el jesuita H. Tarrats ejercieron de enfermeros todo fue marchando.

Pero, denunciados por el sacristán del asilo, el 28 de septiembre fueron detenidos los dos religiosos enfermeros junto con dos seglares y conducidos en un coche a la Chezka de la Plaza del Horno de San Nicolás. De allí los sacaron a las afueras de Valencia y, dejándoles escapar, huyeron. Mientras, les disparaban y ellos gritaban: “¡Viva Cristo Rey!“.

Su cadáver fue encontrado el 1 de Octubre en Monteolivete, a la margen derecha del antiguo cauce del Turia, en el llamado Azud de Oro. Fotografiado, fue inhumado en la fosa común como “hombre desconocido”. Tras la Guerra, el P. Arroyo identificó el cadáver a través de las fotografías tomadas de su cuerpo antes de ser enterrado. En su ficha figuran estos datos: “Hombre desconocido”. Reescrito encima figura: “Hermano Celso Alonso; edad desconocida; fecha de su muerte: 1 de octubre de 1936; lugar del asesinato: Monte Olivete; personas que participaron en el crimen: se desconocen; enfermedad: heridas por arma de fuego“.

Todos los Religiosos del asilo fueron martirizados: los jesuitas P. Bori y HH. Tartas y Genovés (beatificados ya por Juan Pablo II), el hermano franciscano Fray Diego Campos y nuestro H. Celso.

En el Patio central del Asilo de Santa Mónica de las Hermanitas de los Pobres en Valencia, hay una gran imagen del Corazón de Jesús. En la parte trasera de su peana figuran los nombres de estos mártires.

Santiago nació en el pueblo zamorano de Muga de Alba el 24 de julio de 1863. Nada sabemos de su infancia y de su juventud, salvo que su familia era bastante religiosa, como es común en ese pueblo zamorano. Cuando contaba 24 años entró como postulante en Astorga. Allí tomó el hábito el 29 de junio del año siguiente (1888). Fue destinado a Puerto Rico para terminar el Noviciado, donde llegó el 3 de noviembre de 1890. En San Germán (Puerto Rico) hizo su profesión religiosa, el día 19 de marzo de 1891. En 1897 regresó a España. Su vida en España transcurrió en las comunidades de Granada, Cuenca, San Miguel (Madrid) y Valencia. En esta última estuvo desde la fundación de la comunidad.

El H. Santiago era trabajador, amante del aseo y de la limpieza, puntual siempre y celoso de que todos lo fuesen, sobre todo en las cosas de la iglesia y portería. Serio y de pocas palabras, se preocupaba por el bien de la comunidad, se le veía continuamente rezando y nunca estaba ocioso. Ejerció los oficios de sastre, sacristán y portero.

Al comenzar la persecución religiosa, el H. Santiago se ocultó en diversas casas de familias amigas. En una de ellas conoce a Doña Catalina Lorenzo, una chica de servicio natural de su pueblo. Allí convivió la señora y sus dos chicas de servicio durante un tiempo. Según el testimonio de esta señora, el H. Santiago no hacía otra cosa que rezar: no soltaba el rosario de la mano mientras allí estuvo. De esta casa pasó a una pensión.

En el mes de septiembre hubo otro registro y tanto el hermano como la dueña de la pensión fueron detenidos, si bien enseguida puestos en libertad. Pero el 23 de octubre siete milicianos de la FAI se presentaron en la pensión y se llevaron al hermano, a un sacerdote jesuita, que estaba también en la pensión, y a la dueña de la misma. Según cuenta ésta, fueron llevados al Gobierno Civil y después encerrados en las Torres de Quart. Allí se encontró con el P. Piorno, también preso en las Torres. Éste fue la última persona que lo vio con vida. Cuenta cómo un día le trajeron la noticia de que el hermano se encontraba en cama y que quería hablarle. Lo encontró. Al día siguiente lo visitó de nuevo y el H. Santiago le dijo que quería confesarse para morir. Fue inútil todo intento de quitarle esta idea de la cabeza: la confesión fue fervorosa.

Reconocida la gravedad del hermano, se habló con el médico, persona sensata y católica, y se dieron los pasos para trasladarlo al hospital. Pidieron datos sobre su familia y él confesó ser religioso para que, al día siguiente, no sólo tuviera el permiso para trasladarse al hospital, sino también la concesión de la libertad. Así fue: se vistió por sí mismo, se despidió y bajó las escaleras que le separaban del coche que debía llevarlo al hospital. ¿Lo llevó? Lo ignoramos, pues a partir de este momento no ha podido hallarse ni el más leve rastro de su presencia: eran las Navidades de 1936.

Sin dejar el menor rastro de su paso o de su desaparición ni en los registros del hospital, ni en los de las cárceles, ni en los de los cementerios. Declarado como desaparecido por la Causa General, probablemente murió camino del hospital o fue martirizado antes de llegar a su destino. Hay discrepancia de criterios al considerar su martirio como cruento o como el desenlace de un martirio que duró meses.

Ángel nació en Herramelluri, Logroño, el 1 de octubre de 1886. Bautizado en la parroquia de su pueblo el 4 de octubre del mismo año. De familia muy religiosa, su madre era modelo en este aspecto e inclinó desde pequeños a sus hijos a la piedad; de ahí que tres de ellos fuesen religiosos. Nada sabemos, sin embargo, de su infancia y de su juventud.

Ingresa como postulante en 1902 en El Espino (Burgos). Allí toma el hábito el 25 de diciembre de 1903. Durante el noviciado se instruye en los tres oficios que va a desempeñar en su vida: zapatero, carpintero y albañil. Admitido a la profesión, emite sus votos religiosos el 16 de octubre de 1910. Su vida transcurre en las comunidades de El Espino, Astorga (León), Madrid, Cuenca (San Pablo), Nava del Rey (Valladolid), Barcelona y, por último, Valencia.

De temperamento fuerte, también era sinceramente piadoso y muy trabajador.

Después de haber estado escondido en varias casas, acabó en la de Doña Joaquina Calabuig. A finales de julio o primeros de agosto salió de esta casa con Doña Joaquina hacia la casa donde ella trabajaba entonces de portera, en el nº 4 de la Plaza General Primo de Rivera (hoy Puerta del mar), donde se encontraba el Consulado de Argentina. Al principio permaneció oculto en el desván de la casa. Más adelante consiguió una cédula falsa y se hizo pasar por un tío materno.

El 23 de septiembre, la Guardia Civil, que se hallaba en uno de los pisos del inmueble del consulado argentino, fue sustituida por milicianos. Parece ser que el porte modesto y recatado del hermano, el que no dijera blasfemias y el hecho de que había estado trabajando allí en esa casa antes de la persecución religiosa vestido de sotana, hicieron que se sospechara de él. Una sirvienta de la vecindad que lo había visto antes vestido así y que mantenía relaciones con uno de los milicianos, les indicó que tal huésped no era pariente de Doña Joaquina: esto, avalado por otras sospechas, llevó a la detención del Hermano.

El 30 de septiembre fue sacado de la casa y llevado a la fuerza. Ya no se supo más de él hasta que se encontró su cadáver en un cañaveral. El cadáver fue recogido el día 4 de Octubre, fotografiado y enterrado en la fosa común del Cementerio General como un hombre desconocido.

No hay testigos presenciales del martirio, pero lo que se sabe de él hace improbable que apostatase de su fe en el momento de la muerte.