Tu fe te ha curado

Tu fe te ha curado

Lectura del libro de la Sabiduría

Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera; las criaturas del mundo son saludables: no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo impera en la tierra. Porque la justicia es inmortal. Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo; y los de su partido pasarán por ella.

Salmo 29

R/. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado

Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. R/.

Tañed para el Señor, fieles suyos,
dad gracias a su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo. R/.

Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. R/.

 
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios

Ya que sobresalís en todo: en la fe, en la palabra, en el conocimiento, en el empeño y en el cariño que nos tenéis, distinguíos también ahora por vuestra generosidad. Porque ya sabéis lo generoso que fue nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza. Pues no se trata de aliviar a otros, pasando vosotros estrecheces; se trata de igualar. En el momento actual, vuestra abundancia remedia la falta que ellos tienen; y un día, la abundancia de ellos remediará vuestra falta; así habrá igualdad. Es lo que dice la Escritura: «Al que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía poco no le faltaba.»

 

Lectura del santo Evangelio según san Marcos

En aquel tiempo Jesús atravesó de nuevo a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago.
Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.»
Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había gastado en eso toda, su fortuna; pero en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido, curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado.
Jesús, notando que, había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio le la gente, preguntando: «¿Quién me ha tocado el manto?»
Los discípulos le contestaron: «Ves como te apretuja la gente y preguntas: “¿quién me ha tocado?”»
Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo.
Él le dijo: «Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.»
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?»
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe.»
No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos.
Entró y les dijo: «¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida.»
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos, y con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: «Talitha qumi (que significa: contigo hablo, niña, levántate).»
La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar –tenía doce años–. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

 

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“Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes”. Por si había dudas. Es el mensaje del libro de la Sabiduría en este domingo. Dios crea la vida, ama la vida, y acompaña la vida. No busca la muerte ni el castigo de los vivientes… pero la fragilidad humana se impone. ¿Podía habernos hecho Dios más fuertes o inmortales? Un momento, pero ¿no nos ha dado ya con su resurreccion la vida eterna? ¿entonces para qué queremos la inmortalidad? Ya tenemos una vida plena y definitiva, aunque no sea esta sino la que habrá de venir.

La segunda carta de Pablo a los Corintios nos dice: “Vuestra abundancia remedia la falta que otros tienen”. Y dice la verdad. Pues no se trata de pasar estrecheces porque sí, sino de “igualar” un poco dice Pablo. Es necesario igualar un poco. A esta llamada se suma el Papa Francisco en su encíclica Laudato Sii. Vivimos en una cultura egoísta, materialista y consumista que nos destruye. Nos sentimos dominadores y dueños del planeta, pero no lo cuidamos como algo propio, no nos sentimos parte de la creación, y hemos perdido la conciencia de que cuando dañamos lo creado, nos dañamos a nosotros mismos y a las generaciones futuras… Dios no quiere la muerte de los hombres, pero a veces parece que los hombres sí que la quieren y la promueven.

Llegamos, por fin, al evangelio de Marcos. Jesús encuentra hoy a la hemorroísa, la mujer que oculta entre la muchedumbre puso toda su fe en la fuerza y santidad de Jesús. Pensó que con solo tocar el borde de su manto sanaría, y lo consiguió. “tu fe te ha curado, vete en paz y con salud” esas fueron las palabras de Jesús. La fe humilde y sencilla, puesta en las pequeñas cosas de cada día nos cura, nos ayuda a avanzar. Es sensacional la apertura y la sed de Dios que había en esta mujer desesperada que tanto anhelaba la curación. Defraudada y desengañada de muchos tratamientos ya sólo pone su fe en Jesús. En lugar de la autosuficiencia y de buscar autojustificarse, como tantas personas en nuestro tiempo, ella busca la salvación fuera, en Dios, y en lo pequeño, en sólo tocar un hilo del manto de Jesús. Y lo consiguió, su fe, puesta en quien debía ponerla y en quien podía sanarla, en el Señor.

 

Víctor Chacón Huertas, CSsR [/su_box]