19 Ene Un silencio restaurador
El artículo que hoy destacamos, publicado en nuestra revista Icono este mes de enero es ‘Un silencio restaurador’, de Pilar Avellaneda, en la sección ‘Oramos con tu palabra’. Avellaneda destaca: “Desde mi experiencia, descubro que para mantener en tensión la urdimbre de la vida, es necesario un ‘silencio rescatador’ de lo esencial del existir humano, que ha quedado sepultado entre tanto ajetreo, preocupaciones y dificultades. Es vital en cada uno de nosotros recuperar un silencio desenterrador del tesoro escondido en nuestro propio corazón, del que nos hemos ido separando por la inercia y la sobrecarga de nuestros quehaceres”.
Ciertamente, según Pilar Avellaneda, este sano silencio no sólo nos es necesario en momentos extraordinarios, o cuando hay que resolver problemas graves, o tomar una decisión crucial, sino que es un instrumento de lucha diaria contra la superficialidad, para no dejar pasar la continua invitación de la vida a crecer (GE 169).
La autora del artículo asegura que encuentra en el día a día “una gran relación entre el silencio y la palabra, dos de los hilos que tejen nuestro vivir”. En su opinión, ambos deben equilibrarse y alternarse para propiciar una real cercanía entre las personas. Pero en este tejido de silencio y palabra, descubro siempre un hilo de oro, que da una luz auténtica a toda la tela de la vida, se llama: Evangelio, un hilo entrañable que me ayuda a entrar en la realidad que estamos viviendo.
ATARDECER TORMENTOSO
No es nada nuevo decir que estamos viviendo, a nivel mundial, un “atardecer tormentoso”, con esta pandemia y sus consecuencias. Y de este “nuestro atardecer” nos habla el Evangelio de Marcos, cuando dice: “Aquel día, al atardecer, les dice Jesús (a sus discípulos)” (Mc 4,35). Jesús tiene algo que decirnos, hagamos silencio y escuchémosle.
Según Avellaneda, “al igual que sus discípulos, nos sorprendió en este año y medio una tormenta inesperada y furiosa, pero gracias a ella nos está dando cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de conformarnos mutuamente”.
Es sorprendente, en palabras de Pilar Avellaneda, que “en medio de la tormenta, Jesús duerme confiado en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Él está seguro en las manos de su Padre, la tempestad pone al descubierto su inmensa confianza en Dios (…). Es buena la tempestad, pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos: que de Dios venimos y a Él volvemos, caminando juntos. Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos, siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa bendita pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos: esa pertenencia de hermanos, que tanto necesitamos hoy”.
FORTALECIDOS EN LA FE
Avellaneda asegura que “la falta de fe de los discípulos es la nuestra, que nos hace gritar: ‘Maestro, ¿no te importa que perezcamos?’ (Mc 4, 38). Pero en la tormenta de esta pandemia, y de todas las dificultades de la vida, hemos sido fortalecidos en la fe ante el despliegue de personas valientes y generosas, que han arriesgado su vida, no lo olvidemos. Hemos palpado cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes, corrientes y olvidadas, que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas, pero que están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de la historia”.
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